Se empino sobre el borde de la ventana para disfrutar el desfile parsimonioso de los rosas y los azules, transparentados en los malvas chispeantes. Veía como la paleta se disolvía entre los tornasoles reflejados sobre las nubes inflamadas, que, a esa hora se convertían en ligeras danzarinas seducidas por el viento.
Ese era el panorama que decoraba, en una gran pantalla, su despedida.
No seria una mudanza más, como tantas donde había arrastrado maletas, cajones de libros y fotografías familiares. Esta vez salía liviana. Todo quedaría allí. Se iba lejos sin posibilidades de regreso. Ya no vería más el maravilloso espectáculo que cada tarde corría el telón anunciando el sueño.
Mañana, la noche la atraparía, antes del atardecer.
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