Nacieron en La Paz, Bolivia y sus padres decidieron llevarlas a Suiza, a Lausanne, para que desde muy pequeñas se educasen como niñas bien. Aprendieron el francés, a tocar piano, a montar caballo y a pintar.
En las clases de pintura, las sacaban al campo a retratar la naturaleza. Sus temas estaban vinculados a los alrededores de su internado.
Pasaron muchos años y crecieron por allá. Volvieron a America cuando ya estaban casadas.
Una acompañando a su marido banquero que iniciaba carrera en Santiago de Chile, la otra, mi abuela, casada con un norteamericano experto en seguros destinado en Caracas.
La vida fue corriendo, separándolas para siempre.
Mi abuela eventualmente se mudo California y allí permaneció hasta su muerte. Yo la visitaba muy poco. Aun me acuerdo de sus historias y sobre todo de un cuadro que estaba siempre en su habitación.
Era un bosque con nieve, muy oscuro, su factura, de cierta torpeza, evidenciaba una mano juvenil. Sin embargo había una lección aprendida. Un primer plano, perspectiva pero era la nieve lo que me llamaba la atención. No era como siempre me habían contado. Esta era una nieve mestiza.
Cuando murieron los abuelos y desarmaron la casa en California, solo pedí ese cuadro, firmado con sus iniciales.
Muchos años después, por razones de trabajo tuve que viajar a Chile. En Santiago, armado de un libreto de teléfono, fui desgranado los apellidos hasta que llegue al que buscaba. Llame, me identifique y una voz muy gentil me invito a visitarla el día siguiente. No mas entre a un apartamento medianamente arreglado, me paralice. Vi en la pared a mi cuadro, la pintura de mi abuela.
La dama que me recibió no comprendió mi sorpresa hasta que un rato después y frente a la tasa de té, le explique, quien era, de donde y porque venía a verla.
Pero no podía quitar los ojos de la obra frente a nosotros.
Ese tenia las mismas iniciales. Entonces ella me explico, que habia sido pintado por su abuela, cuando era muy joven y estaba interna en un colegio en Suiza.
Los trazos, las sombras, el ángulo, la luz opaca, la nieve india, todo coincidía, hasta las iniciales de la firma.
Las dos hermanas se llamaban Elisa y Elvira.
Evidentemente habían estado juntas haciendo el mismo ejercicio.
Conversamos largo rato y a pesar que no pudimos ponerle eslabones a toda la cadena de parejas que nos reunieron hasta allí, éramos familia.
Al despedirme, descolgó la pintura y me la dio.
-Toma, llévatelo, para que estén juntas de nuevo.
Ahora ya yo soy abuelo, he cambiado muchas veces de país, pero siempre los dos cuadros han permanecido en mi casa, uno al lado del otro.