lunes, 12 de enero de 2009

RECOVECOS




El sol del mediodía les repica en la piel. Se arriman a la sombra de un cují. Son tres figuras de mujer con batolas largas, sucias de tiempo y polvo, detenidas a la vera del camino.

Comparten las grietas del alma. Ya no tienen recuerdos, ni sueños, ni tristezas. Lo único que les queda es esperar el paso del camión.

No se hablan. Tienen sed. Llevan su vida en la falta.

Un zamuro las saca de su letargo. Escupe su baba blanca y expande su olor a grasa podrida.

Pasa el tiempo y van perdiendo su conciencia. El calor atraviesa las escuálidas ramas del árbol. Ya no las protege. Se arrecia sobre sus cabezas hasta doblarlas, una a una, tumbando sus huesos sobre su sombra vertical.

Las rodillas pegadas a la frente, la mirada ciega, se abandonan adormeciéndose con el silbido del viento de desierto y mar.

Primera, es viuda por fuera y seca por dentro. Posee el hambre acurrucada en su vientre. No suda, cruje cuando se mueve, quedando exangüe al levantar la mirada.

Segunda, esta atiborrada de pasado, cremada por los espacios enfermos de su piel que la untan de manchas blancas brotadas de venas rojas. Heredera de enfermedades antiguas de generación en generación

Tercera, acostumbrada al sigilo. Adiestrada en la noche, para ella el amor es algo pegajoso y sin cara. Lleva en sus hombros a todas quienes han dado vueltas en los catres maltrechos de la vida.

Ya sus cuerpos no tienen límite, no saben reconocer que es de ellas y que del paisaje. El dolor las muerde estampándoles su marca para siempre

La carcacha llega cuando el sol es solo una línea horizontal.

Sonando y escupiendo humo sobre cuatro ruedas, el conductor la detiene ante tres montones de telas viejas arrimadas al tronco del cují.

Las levanta, pensando:
-Cuarta, podrá hacer algo con estos trapos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Parece que fuera en la Guajira, terrible y bella