Era flaco, alto. Sus brazos largos andaban por su cuenta. El pelo le sobraba por encima de las orejas. De la nuca le colgaba un cuello que se le derretía por los hombros.
Pero eso sí, sus ojos veían en los espacios más oscuros. Sus amigos, y los no tanto, lo llamaban ‘Palo é fósforo’.
Encontraba las agujas en el pajar, las bolas de un collar roto y a los maridos infieles.
Hasta que se propuso coleccionar horas perdidas. Había escuchado hablar tanto de ellas pero no podía ni imaginarlas.
Las buscó bajo las palmeras, entre las olas del mar y los chinchorros. Y nada, desaparecian no más el llegaba.
Insistió sobre las mesas, entre las esquinas. Se arrastró por los caminos, se subió por las paredes registró entre los rincones y no las encontraba.
Abrió gavetas, sacudió libros, levantó alfombras y, muy cansado, se acostó en su cama. Allí se durmió un largo rato. Entonces las vio pasar, una a una rodando libres, tranquilas, con gran armonía.
No estaban perdidas, solo esperaban que alguien las soñara.
(Publicado en www.querrequerre.com 3/6/11 Ilustración: R. Chovet )
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