jueves, 25 de diciembre de 2008
NAVIDAD
A lo largo de las geoculturas milenarias encontramos que todos los pueblos han conmemorado con la luz. Las fiestas de luminarias existen desde el neolítico, cuando celebraban al rededor de sus monumentos megalíticos. Mas tarde, en las culturas prístinas cuando se reunían junto al fuego, pasando por la adoración del culto solsticial.
Nuestra celebración de la Navidad es un legado con reminiscencias de culturas ancestrales. Cada invierno los celtas adosaban pequeñas antorchas y ramas de especies perennes a los robles. De esta manera se creía que se los protegían del frío y que se les brindaba fuerza para la primavera.
De igual modo, la costumbre cristiana de colocar regalos a los pies del árbol y abrirlos en Navidad, también proviene de los celtas, quienes una vez producido el solsticio (21 de diciembre) se repartían entre las antorchas como augurio de un pronto verano.
Mientras que en el norte de Europa existió además el Árbol del Universo, llamado Yggdrasil, en cuya copa estaba el palacio de Odín, el máximo dios escandinavo. De allí, los primeros evangelistas tomaron el concepto del árbol para celebrar el nacimiento de Cristo.
En un principio, los protestantes cristianos eligieron el pino, imponiendo esta especie porque sus hojas son perennes y simbolizan el eterno amor a Dios. Mientras que los católicos, según se dice, optaron por el abeto, porque además de tener hojas perdurables, posee una forma triangular que representa la Santísima Trinidad.
En la cultura occidental contemporánea, compartimos la luz de las velas del candelabro de Hanukka, del árbol de Navidad y de los pesebres, en una integración de tradiciones que coinciden en celebrar, durante el mes de diciembre, al renacer, a la amistad, al intercambio y a los deseos por un mejor futuro.
Felicidades a todos.
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